26 de noviembre de 2009

Sentimientos de cartón

Cerré las tapas y apagué la luz que hay sobre mi cama. Aquella noche había tenido una cita frustrada. Dos, en realidad, una bajo mi responsabilidad. Nada deprimente... Mi vida sentimental estaba plagada de éxitos. De éxitos a medias, en definitiva, cuya suma al fin y al cabo era un fracaso que por el momento no me preocupaba.
Acababa de terminar (de devorar) un libro que hablaba de amor; un amor a tres, compartido y consentido, que de forma un tanto extraña me resultaba cercano, aunque no real. Supongo que serían los sentimientos de cartón que describía, y a los que yo siempre me aferraba. Tal vez como si no fuese capaz de ir más allá.
Encendí el televisor; cine oriental, insípido, lejano y taciturno y demasiado subliminal. En realidad no la veía, sólo la miraba. Muy cultureta todo. Y muy vacío. De reojo la maleta, al día siguiente volaba. Por placer. Por evasión. Por necesidad, estoy seguro. Volaba de mí mismo, ansiando que el aterrizaje me reconciliara. No era tan difícil en el fondo. Cerré los ojos y dejé de pensar. Al día siguiente no quedaría nada. No en la superficie, por lo menos. Evadirse siempre había sido el camino fácil. Y eso no cambió, aquella noche.